lunes, 18 de noviembre de 2013

EXPERIENCIAS SAMARITANAS


Todos los  jueves  tenemos el taller  de oración, donde reflexionamos sobre nuestra vida a la luz de la Palabra y tratamos de descubrir lo que Dios quiere para nosotros. En este espacio, el pasado jueves, después de la reflexión, el padrecito Antonio  nos invitó para  que contáramos  alguna experiencia donde hubiéramos sentido  la presencia de Dios. Como las lecturas y la música tocaron las fibras de mi ser, decidí compartir estas vivencias que a continuación relato.

Un día  me comentaron  que una señora, a quien conocía porque frecuentaba su restaurante,  tenía cáncer. Sentí tristeza, porque ella aún es joven.  Sus hijos, que están en la edad de la juventud, se hicieron cargo del establecimiento. Pensé que una manera de colaborar con ellos era ir a almorzar allí.
Al llegar a este establecimiento  afloraron en mí  sentimientos encontrados; por una parte sentí tristeza por la enfermedad de esta noble mujer y por otra quedé asombrada al ver cómo estos chicos no se sumieron en la desesperación, sino que, por el contrario, tiraban para adelante con el trabajo que su madre  había empezado. Cómo no pensar que el Espíritu de Dios les impulsa a ver la vida de otra manera. Ellos se entregan de lleno al trabajo. Como jóvenes podrían estar en otras cosas, dejar a su hermanita sola que se las arregle como pueda. Pero no, gracias a Dios, no es así
Observé con ternura a la señorita, que me inspira mucho cariño. Ella se acercó, dejando un poco las tareas  y, lo que no imagine, era  que venía a abrazarme y darme un beso; de verdad que mi corazón se estremeció. Estaba allí para consolar y resulté siendo consolada, acogida y abrazada por una joven que desde su sufrimiento tiene gestos de bondad, de desprendimiento, porque da lo que tiene y no lo esconde, sino que lo comparte. ¿Cómo no pensar, Señor, que estás allí, en ese abrazo generoso? No cabe duda, Señor, que estabas presente allí, para decirme que estás amando desde el dolor y el sufrimiento.
La otra vivencia  ocurrió  cuando salía del trabajo. Venía conversando con una coleguita, ella apoya en el trabajo  pastoral de la parroquia. Le comentaba que no se preocupara por venir el día de la catequesis, porque los  cuatro jóvenes que apoyan en esta labor se iban a hacer cargo. Entonces me dijo que ese día lo dedicaría a visitar a su hermana, la misma que está pasando por un momento de dificultad. Me comentó que hace 16 años su hermana dio hospedaje a una pareja mayor que estaba de pasada por Celendín. El señor le dijo que solo se quedaban dos días y que luego se regresaban a su pueblo. Pero resulta que al segundo día el hombrecito fallece y la señora mayorcita se quedó con su hermana porque no tenía donde ir. Me hace recordar a María y José cuando pedían posada; la diferencia es que esta buena mujer sí brindó hospedaje. Ahora la pobre ancianita está delicada de salud y es la señora que la acogió la que la atiende. Quedé sorprendida por la generosidad de esta amable mujer, y sin duda  es una de los tantos samaritanos anónimos  que no pasan de largo, sino que se detienen para ayudar al hermano.
Estas experiencias me remueven y me hacen pensar en los rostros de Cristo, que sigue padeciendo  en tantos hermanos que sufren dolor, miseria...pero a la misma vez, daba gracias por las personas generosas que sin importarles la raza o color de la piel, como dice la canción, son solidarios, que dan de lo poco que tienen  sin esperar recompensa.

 Gracias Señor, por estar presente, en estos gestos sencillos. Enséñanos  a descubrirte en los que sufren, aunque nos cuesta aceptarlo, porque muchas veces te hemos desencarnado de nuestras vidas. Toca nuestro corazón y afina nuestros sentidos porque tú nos dices: AQUÍ ESTOY, NO TENGAS MIEDO, LO QUE HACES POR LOS DEMÁS LO HACES POR MÍ.

                                                          María Echeverría Rodríguez

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