Todos los jueves
tenemos el taller de oración,
donde reflexionamos sobre nuestra vida a la luz de la Palabra y tratamos de
descubrir lo que Dios quiere para nosotros. En este espacio, el pasado jueves,
después de la reflexión, el padrecito Antonio nos invitó para que contáramos alguna experiencia donde hubiéramos
sentido la presencia de Dios. Como las
lecturas y la música tocaron las fibras de mi ser, decidí compartir estas
vivencias que a continuación relato.
Un día me comentaron que una señora, a quien conocía porque frecuentaba su restaurante, tenía cáncer. Sentí tristeza, porque ella aún es joven. Sus hijos, que están en la edad de la juventud, se hicieron cargo del establecimiento. Pensé que una manera de colaborar con ellos era ir a almorzar allí.
Un día me comentaron que una señora, a quien conocía porque frecuentaba su restaurante, tenía cáncer. Sentí tristeza, porque ella aún es joven. Sus hijos, que están en la edad de la juventud, se hicieron cargo del establecimiento. Pensé que una manera de colaborar con ellos era ir a almorzar allí.
Al llegar a
este establecimiento afloraron en
mí sentimientos encontrados; por una
parte sentí tristeza por la enfermedad de esta noble mujer y por otra quedé
asombrada al ver cómo estos chicos no se sumieron en la desesperación, sino
que, por el contrario, tiraban para adelante con el trabajo que su madre había empezado. Cómo no pensar que el
Espíritu de Dios les impulsa a ver la vida de otra manera. Ellos se entregan de
lleno al trabajo. Como jóvenes podrían estar en otras cosas, dejar a su
hermanita sola que se las arregle como pueda. Pero no, gracias a Dios, no es
así
Observé con
ternura a la señorita, que me inspira mucho cariño. Ella se acercó, dejando un
poco las tareas y, lo que no imagine,
era que venía a abrazarme y darme un
beso; de verdad que mi corazón se estremeció. Estaba allí para consolar y
resulté siendo consolada, acogida y abrazada por una joven que desde su
sufrimiento tiene gestos de bondad, de desprendimiento, porque da lo que tiene
y no lo esconde, sino que lo comparte. ¿Cómo no pensar, Señor, que estás allí,
en ese abrazo generoso? No cabe duda, Señor, que estabas presente allí, para
decirme que estás amando desde el dolor y el sufrimiento.
La otra
vivencia ocurrió cuando salía del trabajo. Venía conversando
con una coleguita, ella apoya en el trabajo
pastoral de la parroquia. Le comentaba que no se preocupara por venir el
día de la catequesis, porque los cuatro
jóvenes que apoyan en esta labor se iban a hacer cargo. Entonces me dijo que
ese día lo dedicaría a visitar a su hermana, la misma que está pasando por un
momento de dificultad. Me comentó que hace 16 años su hermana dio hospedaje a
una pareja mayor que estaba de pasada por Celendín. El señor le dijo que solo
se quedaban dos días y que luego se regresaban a su pueblo. Pero resulta que al
segundo día el hombrecito fallece y la señora mayorcita se quedó con su hermana
porque no tenía donde ir. Me hace recordar a María y José cuando pedían posada;
la diferencia es que esta buena mujer sí brindó hospedaje. Ahora la pobre
ancianita está delicada de salud y es la señora que la acogió la que la
atiende. Quedé sorprendida por la generosidad de esta amable mujer, y sin
duda es una de los tantos samaritanos
anónimos que no pasan de largo, sino que
se detienen para ayudar al hermano.
Estas
experiencias me remueven y me hacen pensar en los rostros de Cristo, que sigue
padeciendo en tantos hermanos que sufren
dolor, miseria...pero a la misma vez, daba gracias por las personas generosas
que sin importarles la raza o color de la piel, como dice la canción, son
solidarios, que dan de lo poco que tienen
sin esperar recompensa.
Gracias Señor, por estar presente, en estos gestos sencillos. Enséñanos a descubrirte en los que sufren, aunque nos cuesta aceptarlo, porque muchas veces te hemos desencarnado de nuestras vidas. Toca nuestro corazón y afina nuestros sentidos porque tú nos dices: AQUÍ ESTOY, NO TENGAS MIEDO, LO QUE HACES POR LOS DEMÁS LO HACES POR MÍ.
Gracias Señor, por estar presente, en estos gestos sencillos. Enséñanos a descubrirte en los que sufren, aunque nos cuesta aceptarlo, porque muchas veces te hemos desencarnado de nuestras vidas. Toca nuestro corazón y afina nuestros sentidos porque tú nos dices: AQUÍ ESTOY, NO TENGAS MIEDO, LO QUE HACES POR LOS DEMÁS LO HACES POR MÍ.
María
Echeverría Rodríguez
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