viernes, 27 de diciembre de 2013

NAVIDAD: UN CAMINO CON SEÑALES DESCONCERTANTES


            
           Navidad es fiesta, es vida, es ternura, es misterio, es derroche… de amor, de abajamiento, de cercanía, de humanidad, de historia…
Navidad es alegría, la alegría del evangelio, que diría “el hombre del año”. En un lugar perdido, insignificante, donde brillan la pobreza y la esperanza, en medio de las sombras de la noche, se gesta una sinfonía de luz y sonido, de silencios y susurros, de soledad y compañía. En la presencia de un recién nacido, frágil, indefenso, necesitado, se juntan ángeles y pastores, el cielo y la tierra, Dios y los hombres. Se universaliza la alegría por el  Emmanuel,  patrimonio de la humanidad.
Navidad es un camino. Del cielo a la tierra y de ésta a aquel. De Dios a los hombres y de los hombres a Dios. Éste hace el camino de Belén para venir a nuestro encuentro, para quedarse con y entre nosotros. Abandonando su casa del cielo ha decidido hacer de la tierra su hogar. No es la suya una existencia ahistórica. De ahí que el encuentro con Dios no se da fuera del mundo, sino en él, mirando la realidad con hondura, con ojos de fe. Hay que ponerse en camino, con todo lo que eso supone, ponerse a tiro de Dios, dejarse buscar y encontrar por Él, dejarse mirar y amar por Él. Viene a traernos vida en abundancia. Es el de  Belén  camino de ida y vuelta. Recorrerlo implica salir de sí. Fuera comodidades, conformismos, tradiciones paralizantes. Vamos a Belén para volver de Belén. En Belén, hogar de la presencia en pobreza y debilidad, encontramos la sabiduría de Dios, asumimos su estilo, nos empapamos de su manera de ser, de situarse, de pensar, de sentir, de actuar y las hacemos nuestras para ir haciendo realidad su proyecto del reino y así la vida digna y para todos se vaya haciendo realidad.
En el camino son importantes las señales. Orientan, informan, evitan pérdidas, marcan la ruta… Navidad supone detectar las señales de la presencia del Emmanuel. Los pobres pastores, en el desconcierto de la noche, tras el gozoso anuncio de que “hoy ha nacido para ustedes un Salvador, que es el Mesías y el Señor” (Lc 2, 11), encontraron apoyo celestial para detectar su presencia: “Miren cómo lo reconocerán: hallarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2, 12). En verdad habría que decir que la señal era tan desconcertante que más provocaba extrañeza que alegría por la ayuda recibida. Hoy, Dios sigue mandando ayuda celestial para que  nosotros podamos encontrarnos con Él, sabiendo dónde habita. Es un ángel sin alas, pero con mucha ternura, que quiere llevar a la Iglesia en volandas por donde huele a evangelio. Como ángel viste de blanco y tiene por nombre Francisco, igual que un hombre de Asís enamorado de la Navidad. Estas son algunas señales que él  nos indica para ayudarnos en la búsqueda y encuentro con el Señor:
·         Ser una Iglesia pobre y para los pobres. “Hay que privilegiar sobre todo a los pobres y enfermos, a esos que suelen ser despreciados y olvidados… La evangelización dirigida gratuitamente a ellos es signo del Reino que Jesús vino a traer” (EG 48).
·         Preferencia por “una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle antes que por una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades” (EG 49).
·         Una Iglesia que se acerca a las personas, “se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo” (EG 24).
·         Una Iglesia que sale de sí misma y va hacia las periferias, no para llevar a Cristo, sino para encontrarse con Él allí, pues habrá llegado antes que nosotros y nos espera.
·         Una Iglesia misericordiosa.  Sueño, dice el papa,  con una Iglesia Madre y Pastora. Los ministros de la Iglesia tienen que ser misericordiosos, hacerse cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo. Esto es Evangelio puro.
·         Establecer un sistema económico justo, que tenga como centro, no al dinero, sino al hombre y la mujer, como Dios quiere.
·         “Es indispensable prestar atención para estar cerca de nuevas formas de pobreza y fragilidad donde estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente: los sin techo, los tóxico dependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados, los migrantes… (EG 210)”.
Siguen siendo, pues, la pobreza y la debilidad espacios privilegiados de encuentro con el Señor. Ojalá hagamos caso a estas orientaciones para evitar que se pueda decir aquello de “con nosotros está y no le conocemos”.
 
Antonio Sáenz Blanco
 
 
 

martes, 17 de diciembre de 2013

CONSTRUYENDO (3) LADRILLEANDO


 Los distintos elementos de una construcción van relacionados entre sí. No son elementos aislados, sino interconectados.  Sobre los cimientos de una edificación van las columnas y las paredes. Ellas prolongan en el espacio la sostenibilidad de la construcción, la afianzan, le dan solidez.   Las paredes están hechas con ladrillos. Éstos realizan su función no en solitario, sino en conjunto. Van unidos, eso es lo que les hace compactos, lo que les fortalece. Pero la unión no les hace perder su propia individualidad. La mezcla los une, pero cada uno es cada uno. A algunos les toca en suerte ser partidos, siendo utilizados a trozos para remediar desajustes. 

Las paredes marcan los límites, dan seguridad, protegen la privacidad, señalan los diversos departamentos, que están conectados entre sí por puertas y pasillos, como partes de un todo. Sin puertas o ventanas, las paredes se volverían asfixiantes, encerrando a la persona en su aislamiento, privándola de luz, de aire renovado, del colorido de la vida.
Estos apuntes elementales tienen reflejo en nuestra vida. Nuestras distintas facetas también están interrelacionadas. Las afrontamos desde un ánimo común que se proyecta en lo que hacemos o vivimos. Además, una existencia en armonía cohesiona lo personal y lo comunitario. Efectivamente somos seres personales, pero no individuales; no somos clones; cada cual es único, irrepetible, con sus aciertos y desaciertos, más que mejores o peores podemos decir que somos  complementarios. Eso es una riqueza, que expresa que la vida es multicolor. Desde un clima de fe nos llena de alegría saber que Dios nos ama profundamente a cada uno en su singularidad.
Aunque nadie es imprescindible, todos somos necesarios en la construcción de este mundo. Nadie sirve para todo, pero todos servimos para algo. Todos aportamos y todos recibimos. Nadie es tan torpe que no tenga algo que enseñar y nadie tan listo que no tenga algo que aprender, o dicho en terminología más economicista, nadie es tan pobre que no tenga algo que aportar, ni nadie  tan rico que no tenga algo que recibir.  Urge edificar este mundo desde otras claves. No podemos construir paredes que se conviertan en muros que excluyen. No es ético un mundo donde el dinero no conoce fronteras, tiene plena libertad de  movimientos, pero las personas pobres se topan permanentemente con aduanas que les impiden el paso a un futuro digno. En su defensa surge con fuerza la voz del Papa Francisco animando a decir no a esta “cultura del descarte”. Ese sistema que tiene como centro el dinero mata. Urge construir un mundo donde en el centro estén el hombre y la mujer, tal y como Dios quiere.
Hablábamos también de la intimidad. Esta no se confunde con el aislamiento. La intimidad es el espacio donde habita lo profundo, los tesoros que cada cual posee, donde se saborea la vida, donde se cuecen las grandes decisiones, donde se da rienda suelta a los sentimientos, donde se vive con naturalidad y sinceridad. Ahí se encuentra la persona consigo misma, con lo que es. Pero es un espacio donde se hacen presentes los demás, especialmente aquellos que tienen más influencia en nosotros. Sin ellos no somos lo que somos. Por ellos somos capaces incluso de rompernos para darles vida.
Las paredes protegen lo nuestro, nos dan seguridad. Me vienen a la cabeza un par de reflexiones. Una es de la Doctrina Social de la Iglesia, que defiende la propiedad privada, pero dándole un fuerte acento social, pues por encima de ella está el derecho universal al uso de los bienes. La otra reflexión es de Francisco, el Papa. sobre la seguridad. Dice en el n° 50 de “La Alegría del Evangelio”: “Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Cuando la sociedad –local, nacional o mundial– abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz”.

Necesitamos una casa común donde todos podamos vivir sin tener que tirarnos los ladrillos a la cabeza.

                                                                                              Antonio Sáenz Blanco

domingo, 8 de diciembre de 2013

EL DESPERTADOR


Hay aparatos en nuestra casa que no son muy queridos, pero que los necesitamos. Incluso hay que decir que, aunque resulten molestos, mejoran nuestra existencia. Uno de ellos es el despertador. Qué fastidio cuando suena y rompe nuestro plácido sueño. Por eso, a veces, para callarlo no ponemos suavemente un dedo sobre él, sino que descargamos con ira la fuerza de nuestro puño. Pienso que esta es la reacción primaria, pero, en el fondo, agradecemos su canto matutino, pues despertar y pasar a la actividad es necesario.

Al mirar nuestra vida personal y comunitaria caemos en la cuenta de que estamos dormidos más de lo debido. Caemos en la rutina, nos dejamos llevar de la costumbre, somos presa de la pasividad, nos estancamos. Nos convertimos en aguas muertas, que, sabemos, huelen mal. De esa situación necesitamos salir. Precisamos un despertador, alguien o algo que nos zarandee, nos remueva, nos cuestione. De vez en cuando surgen personas que hacen esta tarea de despertar conciencias. Vamos a fijarnos en algunas.
Nelson Mandela. Vivió en sus carnes el apartheid, la discriminación racial que dio con sus huesos en la cárcel durante 27 años. ¿Su delito? Haber nacido negro. Cuando llegó a ser presidente de Sudáfrica por elección democrática, no actuó, en contra de lo que pensaba la mayoría, movido por el odio, el rencor, la venganza, sino que consiguió la integración de su nación desde el respeto y la valoración del diferente. Qué hermosa lección para el Perú, país, como lo definió José María Arguedas “de todas las razas, de todas las lenguas de todas las patrias”. Aprendamos a convivir desde la pluralidad.
Juan Bautista. En la Iglesia vivimos el tiempo de Adviento, preparando el encuentro con Dios, hecho
hombre en la persona de Jesús. Éste es anunciado por su primo Juan, el Bautista, hombre de vida austera, pero que no tenía pelos en la lengua. Él nos llama a despertar, a cambiar profundamente, dando entrada en nuestra vida a otros valores. Los evangelios resumen así su mensaje: “Conviértanse… preparen el camino al Señor” (Mt. 3,2-3). Convertirse es dar un giro a la vida, dejar de obrar mal y empezar a ser personas de bien. Ante su llamado cada cual debe plantearse personalmente: Y yo, ¿de qué me tengo que convertir? ¿A qué tengo que despertar?


Francisco, el Papa. A través de él, Dios nos está haciendo llegar un mensaje renovador. También la Iglesia tiene que tomar otra orientación. Jesús tiene que ser su centro, no debe vivir para sí encerrándose en las paredes de sus templos, sino salir especialmente a las periferias, a los lugares donde están los pobres para encontrarse allí con su Señor, ser misericordiosa, manteniendo una actitud de acompañar y curar heridas. El mensaje del Papa suena también como un despertador para nuestro mundo. Él condena este sistema económico globalizado que conduce a la tragedia. Es un sistema que mata. Hay que organizar un sistema económico justo, que no tenga como centro al dinero, sino a las personas.
      Otras veces el despertador puede sonar en forma de noticia. Hace unos días se publicaba que el Perú está en los últimos lugares en educación, en concreto en comprensión lectora y razonamiento matemático. Ciertamente la educación es una realidad compleja, donde intervienen el Ministerio de Educación, profesores, alumnos, padres de familia, la propia sociedad; además influyen elementos como el presupuesto, las instalaciones educativas, la alimentación… Pero esa complejidad no puede hacernos caer en la indiferencia o la pasividad. En un tema tan importante no hay otra solución que plantearse seriamente qué hacer para revertir esa situación.    
      Soñemos, dejémonos despertar, bajemos a la realidad y transformémosla para que en ella se plasmen nuestros más hermosos sueños.
                                           Antonio Sáenz Blanco
 


miércoles, 4 de diciembre de 2013

CONSTRUYENDO (2). CIMENTANDO


        En la mirada a la construcción de un edificio, ponemos hoy nuestros ojos donde nunca se fijan  cuando está terminado: en los cimientos. Sabemos que por ahí se empieza. Una buena cimentación no es sólo lo primero en cuanto al orden temporal, sino también en lo que a importancia se refiere. Hablamos de lo básico (por aquello de que está en la base), que es al mismo tiempo lo fundamental.

Obrero cavando para el cimiento.
     Efectivamente, todos somos conscientes de que es el elemento crucial. Hablar de cimiento es hacerlo de lo que no se ve, de lo que está debajo, sosteniendo, manteniendo en pie, dando consistencia, fortaleciendo. Para construirlo hay que escarbar, ahondar en la tierra, dar profundidad. Las zapatas y  las calles que las unen reciben una mezcla de  piedras y cemento que, junto a los fierros, les dan  la solidez precisa.  

     Que sepamos Jesús no estudió arquitectura. Sobre su aprendizaje académico, los evangelios sólo nos dicen que una vez escribió en el suelo. Ahora bien, por ellos sí sabemos que Jesús debió ser un gran observador, por lo cual hablaba con conocimiento de las cosas de la vida. Sus parábolas están repletas de imágenes sacadas de lo ordinario: siembra, pesca, ovejas, levadura, harina, trigo, cizaña,… También observaba cómo se construían las casas, notando y avisando que no siempre se hacían correctamente, lo que suponía un peligro, pues, tarde o temprano, harían su aparición los vientos y tempestades. Si la casa había sido construida sobre arena, el derrumbe estaba asegurado y, por el contrario,  se mantendría en pie si el cimiento estaba sobre roca (Mt 7, 24-27). El interés de Jesús no era por las casas, sino por las personas, que eran su auténtica preocupación.

    Cimentar la vida es algo que hay que hacer desde el principio. En los inicios otros lo hacen por nosotros. Ahí entran en juego padres, familiares, profesores. Ellos nos ayudan a poner las bases sobre las que ir levantando nuestra existencia, transmitiéndonos valores comúnmente aceptados: honradez, bondad, justicia, solidaridad, laboriosidad, participación, respeto… Sobre esto se edifica no sólo nuestra vida personal, sino también comunitaria.  Llegados a este punto me parece muy importante recalcar el papel fundamental que tienen padres y educadores. Ellos, junto a los catequistas, colaboradores de los padres en la transmisión de la fe, no deben olvidar que en la educación tiene una gran relevancia el testimonio. Por ello, les guste o no, sean conscientes o no lo sean, ellos son espejos donde los hijos y alumnos se miran, por lo que deben ser los primeros en reflejar en sus vidas los valores que pretenden transmitir. El llamado a ser coherentes debe ser una constante en sus oídos.

Cimientos
Lógicamente, en la medida que vamos creciendo vamos tomando cada uno nuestra batuta, porque la cimentación de la vida nunca es algo totalmente terminado, sino que es tarea abierta.  En orden a una buena cimentación tanto humana como de fe (dos realidades interconectadas en el creyente) encontramos ayuda en la lectura, la observación, la reflexión, el análisis de lo que ocurre, llegando a las causas y consecuencias, el espíritu inconformista, los deseos de superación, la apertura a lo nuevo, el trabajo organizado y constante, la apertura al otro y al Otro, a ese Dios hacedor que siempre comparte vida con nosotros y que nos ofrece a Jesús como el valor seguro sobre el que cimentar la existencia.

                                                                                              Antonio Sáenz Blanco