28 DE OCTUBRE
TEXTO COMENTADO
Texto (en negrita): Papa Francisco
Comentarios (en cursiva) : Antonio
Sáenz Blanco
Buenos días
de nuevo, estoy contento de estar entre ustedes, además les digo una
confidencia, es la primera vez que bajo acá, nunca había venido. Como les
decía, tengo mucha alegría y les doy una calurosa bienvenida.
Gracias por
haber aceptado esta invitación para debatir tantos graves problemas sociales
que aquejan al mundo hoy, ustedes que sufren en carne propia la desigualdad y
la exclusión. Gracias al Cardenal Turkson por su acogida. Gracias, Eminencia
por su trabajo y sus palabras.
¡Qué bueno que el Papa tenga esa sensibilidad! Convoca a
movimientos populares. Tras el “nunca había estado acá” se puede leer no sólo
la ausencia de un lugar geográfico, sino también el distanciamiento de la
Iglesia respecto a los movimientos populares, algunos de los cuales son mirados
con ojos de sospecha. La presencia de Francisco en este encuentro es un signo
más de su sensibilidad e interés por lo social, de su cercanía y preocupación
por los más pobres, por los excluidos.
Este
encuentro de Movimientos Populares es un signo, es un gran signo: vinieron a
poner en presencia de Dios, de la Iglesia, de los pueblos, una realidad muchas
veces silenciada. ¡Los pobres no sólo padecen la injusticia sino que también
luchan contra ella!
Gran signo: sacar a la luz realidades ocultas,
silenciadas, molestas para el sistema. No todo es de color de rosa. Hay
situaciones de injusticia y éstas ocasionan sufrimientos especialmente a los
pobres. Ahora bien, éstos no están dispuestos sólo a padecer, sino también a
actuar; no mantienen una postura de resignación, sino de lucha, deseando
combatir esas situaciones injustas y las causas que las ocasionan. No les puede
faltar nuestra cercanía y apoyo, pues “la Iglesia no puede ni debe quedarse al
margen en la lucha por la justicia” (EG 183).
No se
contentan con promesas ilusorias, excusas o coartadas. Tampoco están esperando
de brazos cruzados la ayuda de ONGs, planes asistenciales o soluciones que
nunca llegan o, si llegan, llegan de tal manera que van en una dirección o de
anestesiar o de domesticar. Esto es medio peligroso. Ustedes sienten que los
pobres ya no esperan y quieren ser protagonistas, se organizan, estudian,
trabajan, reclaman y, sobre todo, practican esa solidaridad tan especial que
existe entre los que sufren, entre los pobres, y que nuestra civilización
parece haber olvidado, o al menos tiene muchas ganas de olvidar.
Los pobres no quieren falsas soluciones: promesas
irreales, asistencialismo, domesticación,… “Los planes asistenciales, que
atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras”
(EG 202). Lo importante es que los
pobres empiezan a despertar y ya se han puesto en marcha: se forman, se
organizan, reclaman sus derechos, viven profundamente la solidaridad. Los
pobres organizados son el gran motor del cambio, al ser los principales
interesados en revertir la situación.
Solidaridad
es una palabra que no cae bien siempre, yo diría que algunas veces la hemos
transformado en una mala palabra, no se puede decir; pero es una palabra mucho
más que algunos actos de generosidad esporádicos. Es pensar y actuar en
términos de comunidad, de prioridad de vida de todos sobre la apropiación de
los bienes por parte de algunos. También es luchar contra las causas
estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, la tierra y
la vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los
destructores efectos del Imperio del dinero: los desplazamientos forzados, las
emigraciones dolorosas, la trata de personas, la droga, la guerra, la violencia
y todas esas realidades que muchos de ustedes sufren y que todos estamos
llamados a transformar. La solidaridad, entendida, en su sentido más hondo, es
un modo de hacer historia y eso es lo que hacen los movimientos populares.
Solidaridad es una de las palabras que no se quieren oír,
es una realidad molesta para el sistema. Éste conecta más con la
competitividad, que potencia el individualismo y privilegia a los más capaces,
mientras la solidaridad abre a la fraternidad, mira al bien común y prioriza la
atención al más débil, lo que resulta peligroso para el sistema
La solidaridad acentúa el aspecto comunitario y anima a
luchar contra las causas de la pobreza para hacer realidad una vida digna para
todos.
La solidaridad es una manera de hacer historia, de vivir
la historia, de transformar la historia, de abrir caminos nuevos,
transformadores, renovadores. Hay que globalizar la solidaridad.
Este
encuentro nuestro no responde a una ideología. Ustedes no trabajan con ideas,
trabajan con realidades como las que mencioné y muchas otras que me han
contado... tienen los pies en el barro y las manos en la carne. ¡Tienen olor a
barrio, a pueblo, a lucha! Queremos que se escuche su voz que, en general, se
escucha poco. Tal vez porque molesta, tal vez porque su grito incomoda, tal vez
porque se tiene miedo al cambio que ustedes reclaman, pero sin su presencia,
sin ir realmente a las periferias, las buenas propuestas y proyectos que a
menudo escuchamos en las conferencias internacionales se quedan en el reino de
la idea, es mi proyecto.
Es necesario que las ideas, los proyectos, los deseos
profundos, no se queden en el terreno de las buenas intenciones. Hay que
encarnarlos, conectarlos con la realidad, permitirles fluir. Eso precisa de personas que sean testigos,
gente dinámica, creativa, comprometida, con olor a pueblo, a lucha. Ya está
bien de decirles a los pobres lo que tienen que hacer. Hay que escucharles y
valorar sus decisiones en los asuntos que tienen que ver con sus modos de vida.
No se puede
abordar el escándalo de la pobreza promoviendo estrategias de contención que
únicamente tranquilicen y conviertan a los pobres en seres domesticados e
inofensivos. Qué triste ver cuando detrás de supuestas obras altruistas, se
reduce al otro a la pasividad, se lo niega o peor, se esconden negocios y
ambiciones personales: Jesús les diría hipócritas. Qué lindo es en cambio
cuando vemos en movimiento a Pueblos, sobre todo, a sus miembros más pobres y a
los jóvenes. Entonces sí se siente el viento de promesa que aviva la ilusión de
un mundo mejor. Que ese viento se transforme en vendaval de esperanza. Ese es
mi deseo.
Conecta con la lógica del sistema pretender domesticar a
los pobres, pues ellos son los principales interesados en que se den cambios
profundos, algo que atenta contra la seguridad y el privilegio de los
poderosos. Hay que alentar a los pobres y a los jóvenes y acompañarlos en sus
procesos de liberación. Que no decaigan la ilusión y la esperanza.
Este
encuentro nuestro responde a un anhelo muy concreto, algo que cualquier padre,
cualquier madre quiere para sus hijos; un anhelo que debería estar al alcance
de todos, pero hoy vemos con tristeza cada vez más lejos de la mayoría: tierra,
techo y trabajo. Es extraño pero si hablo de esto para algunos resulta que el
Papa es comunista.
Francisco sitúa en el contexto familiar derechos
fundamentales: tierra, techo y trabajo. Esto da dignidad a la persona.
Cualquiera de nosotros desea esto para sus familiares. Hemos de desearlo para
todos. Estos derechos le pertenecen a todas las personas. Este anhelo es
profundamente cristiano, porque es profundamente humano. Se lo pretende
combatir tachándolo de ideología comunista. Pero no hay duda de que los mismos
que combaten esto querrían para ellos y para sus hijos el ejercicio de estos
derechos. No está de más recordar que los derechos no se piden, se exigen.
No se
entiende que el amor a los pobres está al centro del Evangelio. Tierra, techo y
trabajo, eso por lo que ustedes luchan, son derechos sagrados. Reclamar esto no
es nada raro, es la doctrina social de la Iglesia. Voy a detenerme un poco en
cada uno de éstos porque ustedes los han elegido como consigna para este
encuentro.
Es claro que el centro del mensaje de Jesús es el amor al
prójimo: “Ámense unos a otros como yo los he amado”. Ese amor, que es
universal, tiene unos predilectos: los pobres. La iglesia latinoamericana tiene
una expresión muy significativa: la opción preferencial por los pobres. Ellos
necesitan especialmente tierra, techo y trabajo para dignificar sus vidas y las
de sus familias. Francisco dice que éstos son derechos sagrados. Por tanto, es
un sacrilegio atentar contra ellos. Una mirada al mundo nos hace tomar
conciencia de que miles de personas no tienen acceso real a estos derechos
fundamentales. Estamos entonces en una situación sacrílega. Evidentemente nuestra fe nos impide quedarnos
indiferentes ante esta realidad.
Tierra. Al
inicio de la creación, Dios creó al hombre, custodio de su obra, encargándole
de que la cultivara y la protegiera. Veo que aquí hay decenas de campesinos y
campesinas, y quiero felicitarlos por custodiar la tierra, por cultivarla y por
hacerlo en comunidad. Me preocupa la erradicación de tantos hermanos campesinos
que sufren el desarraigo, y no por guerras o desastres naturales. El
acaparamiento de tierras, la desforestación, la apropiación del agua, los
agrotóxicos inadecuados, son algunos de los males que arrancan al hombre de su
tierra natal. Esta dolorosa separación, que no es sólo física, sino existencial
y espiritual, porque hay una relación con la tierra que está poniendo a la
comunidad rural y su peculiar modo de vida en notoria decadencia y hasta en
riesgo de extinción.
Derecho a la tierra, regalo que Dios ha puesto en
nuestras manos para que la cultivemos y la protejamos. Esta hermosa tarea es de
todos. Francisco expresa su felicitación
a los campesinos y campesinas, a los que todos deberíamos agradecer el cuidado
y la mejora de la tierra. Ellos tienen una relación muy estrecha con la tierra,
que no es sólo por motivos económicos, sino vitales. Hay una comunión y un
profundo sentimiento que queda expresado por el término “Pachamama”, “la madre
tierra”. Y todos sabemos los profundos lazos que nos unen a nuestra madre y los
sufrimientos que nos causa la ruptura con ella. El Papa nos previene sobre acciones que
ponen en peligro a la tierra.
La otra
dimensión del proceso ya global es el hambre. Cuando la especulación financiera
condiciona el precio de los alimentos tratándolos como a cualquier mercancía,
millones de personas sufren y mueren de hambre. Por otra parte se desechan
toneladas de alimentos. Esto constituye un verdadero escándalo. El hambre es
criminal, la alimentación es un derecho inalienable. Sé que algunos de ustedes
reclaman una reforma agraria para solucionar alguno de estos problemas, y
déjenme decirles que en ciertos países, y acá cito el Compendio de la Doctrina
Social de la IGLESIA, "la reforma agraria es además de una necesidad
política, una obligación moral" (CDSI, 300).
Es inexplicable y escandaloso que en estos momentos de la
historia haya millones de personas que sufren hambre. Hay bienes para todos, pero se le da a la
ganancia más importancia que a la vida de las personas; por eso se especula con
los precios, se destruyen toneladas de alimentos. El Papa no se queda en la
queja, sino que se atreve a proponer soluciones, algunas tan discutidas como la
reforma agraria, que incluso puede ser una obligación moral. ¡Ahí queda eso!
No lo digo
solo yo, está en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Por favor,
sigan con la lucha por la dignidad de la familia rural, por el agua, por la
vida y para que todos puedan beneficiarse de los frutos de la tierra.
Es apasionante escuchar del Papa una invitación a la
lucha. Llama la atención que lo pide “por favor”. Este llamado urge porque “ya
no podemos confiar en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado. El
crecimiento en equidad exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo
supone, requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente
orientados a una mejor distribución del ingreso, a una creación de fuentes de
trabajo, a una promoción integral de los pobres que supere el mero
asistencialismo” (EG 204). La lucha debe orientarse a hacer esto realidad.
Segundo,
Techo. Lo dije y lo repito: una casa para cada familia. Nunca hay que olvidarse
que Jesús nació en un establo porque en el hospedaje no había lugar, que su
familia tuvo que abandonar su hogar y escapar a Egipto, perseguida por Herodes.
Hoy hay tantas familias sin vivienda, o bien porque nunca la han tenido o bien
porque la han perdido por diferentes motivos. Familia y vivienda van de la
mano. Pero, además, un techo, para que sea hogar, tiene una dimensión
comunitaria: y es el barrio... y es precisamente en el barrio donde se empieza
a construir esa gran familia de la humanidad, desde lo más inmediato, desde la
convivencia con los vecinos. Hoy vivimos en inmensas ciudades que se muestran
modernas, orgullosas y hasta vanidosas. Ciudades que ofrecen innumerables
placeres y bienestar para una minoría feliz... pero se le niega el techo a
miles de vecinos y hermanos nuestros, incluso niños, y se los llama,
elegantemente, "personas en situación de calle". Es curioso como en
el mundo de las injusticias, abundan los eufemismos. No se dicen las palabras
con la contundencia y la realidad se busca en el eufemismo. Una persona, una
persona segregada, una persona apartada, una persona que está sufriendo la
miseria, el hambre, es una persona en situación de calle: palabra elegante ¿no?
Ustedes busquen siempre, por ahí me equivoco en alguno, pero en general, detrás
de un eufemismo hay un delito.
Vivir bajo el mismo techo favorece la aparición de las
condiciones necesarias para que crezca la dimensión comunitaria. Hay que
procurar barrios humanizados, con espacios que permitan el encuentro, la
convivencia vecinal.
Vivimos en
ciudades que construyen torres, centros comerciales, hacen negocios
inmobiliarios... pero abandonan a una parte de sí en las márgenes, las periferias.
¡Cuánto duele escuchar que a los asentamientos pobres se los margina o, peor,
se los quiere erradicar! Son crueles las imágenes de los desalojos forzosos, de
las topadoras derribando casillas, imágenes tan parecidas a las de la guerra. Y
esto se ve hoy.
Que no haya nadie sin techo ni hogar. Deberían fomentarse políticas públicas que
inviertan en los barrios populares para dignificar la vida en ellos. Asimismo,
la primacía del derecho a la vivienda, salvo en circunstancias extremas,
debería impedir la ejecución de desalojos.
Ustedes
saben que en las barriadas populares donde muchos de ustedes viven subsisten
valores ya olvidados en los centros enriquecidos. Los asentamientos están
bendecidos con una rica cultura popular: allí el espacio público no es un mero
lugar de tránsito sino una extensión del propio hogar, un lugar donde generar
vínculos con los vecinos. Qué hermosas son las ciudades que superan la
desconfianza enfermiza e integran a los diferentes y que hacen de esa
integración un nuevo factor de desarrollo. Qué lindas son las ciudades que, aun
en su diseño arquitectónico, están llenas de espacios que conectan, relacionan,
favorecen el reconocimiento del otro. Por eso, ni erradicación ni marginación:
Hay que seguir en la línea de la integración urbana. Esta palabra debe
desplazar totalmente a la palabra erradicación, desde ya, pero también esos
proyectos que pretender barnizar los barrios pobres, aprolijar las periferias y
maquillar las heridas sociales en vez de curarlas promoviendo una integración
auténtica y respetuosa. Es una especie de arquitectura de maquillaje ¿no? Y va
por ese lado. Sigamos trabajando para que todas las familias tengan una
vivienda y para que todos los barrios tengan una infraestructura adecuada
(cloacas, luz, gas, asfalto, y sigo: escuelas, hospitales o salas de primeros
auxilios, club deportivo y todas las cosas que crean vínculos y que unen,
acceso a la salud -lo dije- y a la educación y a la seguridad en la tenencia.
Es necesario proveer a todos los barrios de la infraestructura
adecuada, para que cuenten al menos con los servicios básicos y apostar por
barrios que favorezcan la cultura del encuentro, el reconocimiento del otro,
sin exclusiones, sino desde una dinámica de integración y valorando lo hermoso
de la diversidad.
Tercero,
Trabajo. No existe peor pobreza material - me urge subrayarlo-, no existe peor
pobreza material, que la que no permite ganarse el pan y priva de la dignidad
del trabajo. El desempleo juvenil, la informalidad y la falta de derechos
laborales no son inevitables, son resultado de una previa opción social, de un
sistema económico que pone los beneficios por encima del hombre, si el
beneficio es económico, sobre la humanidad o sobre el hombre, son efectos de
una cultura del descarte que considera al ser humano en sí mismo como un bien
de consumo, que se puede usar y luego tirar.
El Papa acentúa mucho el valor del trabajo. Es lo que da
dignidad a la persona. Su ausencia es la peor pobreza material. Por eso
manifiesta su preocupación por el desempleo juvenil, la informalidad y la falta
de derechos laborales. Apunta como causa al sistema económico, que privilegia
los beneficios sobre la persona, con lo que se pone la parte por encima del
todo y hasta convierte a la persona en mercancía de usar y tirar. Apuesta por
“una nueva mentalidad política y económica que ayudaría a superar la dicotomía
absoluta entre la economía y el bien común social” (EG 205).
Hoy, al
fenómeno de la explotación y de la opresión se le suma una nueva dimensión, un
matiz gráfico y duro de la injusticia social; los que no se pueden integrar,
los excluidos son desechos, "sobrantes". Esta es la cultura del
descarte y sobre esto quisiera ampliar algo que no tengo escrito pero se me
ocurre recordarlo ahora. Esto sucede cuando al centro de un sistema económico
está el dios dinero y no el hombre, la persona humana. Sí, al centro de todo
sistema social o económico tiene que estar la persona, imagen de Dios, creada
para que fuera el denominador del universo. Cuando la persona es desplazada y
viene el dios dinero sucede esta trastocación de valores.
Como injusticia social califica Francisco la cultura del
descarte, que es un paso más que la exclusión.
“La inequidad es raíz de los males sociales” (EG 202). No hay otra
salida que buscar alternativa al sistema actual, excluyente y, por tanto,
inhumano y, por ello, anticristiano.
Y, para
graficar, recuerdo una enseñanza de alrededor del año 1200. Un rabino judío
explicaba a sus feligreses la historia de la torre de babel y entonces contaba
cómo, para construir esta torre de babel, había que hacer mucho esfuerzo había
que fabricar los ladrillos, para fabricar los ladrillos había que hacer el
barro y traer la paja, y amasar el barro con la paja, después cortarlo en
cuadrado, después hacerlo secar, después cocinarlo, y cuando ya estaban cocidos
y fríos, subirlos para ir construyendo la torre.
Si se caía
un ladrillo, era muy caro el ladrillo con todo este trabajo, si se caía un
ladrillo era casi una tragedia nacional. Al que lo dejaba caer lo castigaban o
lo suspendían o no sé lo que le hacían, y si caía un obrero no pasaba nada.
Esto es cuando la persona está al servicio del dios dinero y esto lo contaba un
rabino judío en el año 1200 explicaba estas cosas horribles.
Y respecto
al descarte también tenemos que ser un poco atentos a lo que sucede en nuestra
sociedad. Estoy repitiendo cosas que he dicho y que están en la Evangelii
Gaudium. Hoy día, se descartan los chicos porque el nivel de natalidad en
muchos países de la tierra ha disminuido o se descartan los chicos por no tener
alimentación o porque se les mata antes de nacer, descarte de niños.
Se descartan
los ancianos, porque, bueno, no sirven, no producen, ni chicos ni ancianos
producen, entonces con sistemas más o menos sofisticados se les va abandonando
lentamente, y ahora, como es necesario en esta crisis recuperar un cierto
equilibrio, estamos asistiendo a un tercer descarte muy doloroso, el descarte
de los jóvenes. Millones de jóvenes, yo no quiero decir la cifra porque no la
sé exactamente y la que leí me parece un poco exagerada, pero millones de
jóvenes descartados del trabajo, desocupados.
En los
países de Europa, y estas si son estadísticas muy claras, acá en Italia, pasó
un poquitito del 40% de jóvenes desocupados; ya saben lo que significa 40% de
jóvenes, toda una generación, anular a toda una generación para mantener el
equilibrio. En otro país de Europa está pasando el 50% y en ese mismo país del
50% en el sur el 60%, son cifras claras, óseas del descarte. Descarte de niños,
descarte de ancianos, que no producen, y tenemos que sacrificar una generación
de jóvenes, descarte de jóvenes, para poder mantener y reequilibrar un sistema
en el cual en el centro está el dios dinero y no la persona humana.
Francisco lamenta la cultura del descarte. Se desechan a
los niños y ancianos por no productivos y a toda una generación de jóvenes para
poder equilibrar el sistema mercantil. Frente a esta realidad Francisco
califica de “nuevo veneno” “pretender aumentar la rentabilidad reduciendo el
mercado laboral y creando así nuevos excluidos” (EG 204). Son “la dignidad de
cada persona humana y el bien común las cuestiones que deberían estructurar
toda política económica” (EG 203).
Por supuesto que hay que buscar el equilibrio entre
ingresos y gastos, pero no a costa de los más débiles. Qué bueno sería recortar
y hasta anular los cuantiosos gastos de la industria armamentística. Es escandaloso, irracional y pecaminoso que
en un mundo con tantos excluidos se gasten diariamente 4.000 millones de
dólares en armamento.
Pese a esto,
a esta cultura del descarte, a esta cultura de los sobrantes, tantos de ustedes,
trabajadores excluidos, sobrantes para este sistema, fueron inventando su
propio trabajo con todo aquello que parecía no poder dar más de sí mismo...
pero ustedes, con su artesanalidad, que les dio Dios... con su búsqueda, con su
solidaridad, con su trabajo comunitario, con su economía popular, lo han
logrado y lo están logrando.... Y déjenme decírselo, eso además de trabajo, es
poesía. Gracias.
Francisco reconoce y felicita la creatividad de los
trabajadores excluidos por el sistema que con su capacidad artesanal han
inventado su propio trabajo.
Desde ya,
todo trabajador, esté o no esté en el sistema formal del trabajo asalariado,
tiene derecho a una remuneración digna, a la seguridad social y a una cobertura
jubilatoria. Aquí hay cartoneros, recicladores, vendedores ambulantes,
costureros, artesanos, pescadores, campesinos, constructores, mineros, obreros
de empresas recuperadas, todo tipo de cooperativistas y trabajadores de oficios
populares que están excluidos de los derechos laborales, que se les niega la
posibilidad de sindicalizarse, que no tienen un ingreso adecuado y estable. Hoy
quiero unir mi voz a la suya y acompañarlos en su lucha.
Interesante propuesta: el derecho a un salario digno, a
la protección sanitaria y a una jubilación amparada económicamente. El Papa
reclama esto para todos los trabajadores, incluyendo los informales. Y no lo
pide para un futuro más o menos próximo, sino “desde ya”.
En este
Encuentro, también han hablado de la Paz y de Ecología. Es lógico: no puede
haber tierra, no puede haber techo, no puede haber trabajo si no tenemos paz y
si destruimos el planeta. Son temas tan importantes que los Pueblos y sus
organizaciones de base no pueden dejar de debatir. No pueden quedar sólo en
manos de los dirigentes políticos. Todos los pueblos de la tierra, todos los
hombres y mujeres de buena voluntad, tenemos que alzar la voz en defensa de
estos dos preciosos dones: la paz y la naturaleza. La hermana madre tierra como
la llamaba San Francisco de Asís.
Referencia a dos realidades cruciales: La paz y la
naturaleza, dones de Dios que, debido a su importancia, todos debemos defender
y no pueden quedar sólo en manos de los políticos, pues, de ser así, se corre
el riesgo de que se conviertan en materia manipulable y entren de lleno en la
dinámica economicista, lo que atentaría directamente sobre ambas, como se
apunta en el párrafo siguiente.
Hace poco
dije, y lo repito, que estamos viviendo la tercera guerra mundial pero en
cuotas. Hay sistemas económicos que para sobrevivir deben hacer la guerra.
Entonces se fabrican y se venden armas y, con eso los balances de las economías
que sacrifican al hombre a los pies del ídolo del dinero, obviamente quedan
saneadas. Y no se piensa en los niños hambrientos en los campos de refugiados,
no se piensa en los desplazamientos forzosos, no se piensa en las viviendas
destruidas, no se piensa, desde ya, en tantas vidas segadas. Cuánto sufrimiento,
cuánta destrucción, cuánto dolor. Hoy, queridos hermanas y hermanos, se levanta
en todas las partes de la tierra, en todos los pueblos, en cada corazón y en
los movimientos populares, el grito de la paz: ¡Nunca más la guerra!
¡Ay, las guerras! Llegamos a la brutalidad de defender la
economía antes que a las personas, sacrificando vidas al ídolo dinero. Eso sí,
las vidas sacrificadas son en su inmensa
mayoría las de los pobres e indefensos. Urge matar la guerra y levantar el
grito de la paz, fruto de la justicia.
Un sistema
económico centrado en el dios dinero necesita también saquear la naturaleza
para sostener el ritmo frenético de consumo que le es inherente. El cambio
climático, la pérdida de la biodiversidad, la desforestación ya están mostrando
sus efectos devastadores en los grandes cataclismos que vemos, y los que más
sufren son ustedes, los humildes, los que viven cerca de las costas en
viviendas precarias o que son tan vulnerables económicamente que frente a un
desastre natural lo pierden todo. Hermanos y hermanas: la creación no es una
propiedad, de la cual podemos disponer a nuestro gusto; ni mucho menos, es una
propiedad sólo de algunos, de pocos: la creación es un don, es un regalo, un
don maravilloso que Dios nos ha dado para que cuidemos de él y lo utilicemos en
beneficio de todos, siempre con respeto y gratitud. Ustedes quizá sepan que
estoy preparando una encíclica sobre Ecología: tengan la seguridad que sus
preocupaciones estarán presentes en ella. Les agradezco, aprovecho para
agradecerles, la carta que me hicieron llegar los integrantes de la Vía
Campesina, la Federación de Cartoneros y tantos otros hermanos al respecto.
“En América Latina y el Caribe, se está tomando
conciencia de la naturaleza como una herencia gratuita que recibimos para
proteger, como espacio precioso de la convivencia humana y como responsabilidad
cuidadosa del señorío del hombre para bien de todos. Esta herencia se
manifiesta muchas veces frágil e indefensa ante los poderes económicos y
tecnológicos. Por eso, como profetas de la vida, queremos insistir en que en
las intervenciones sobre los recursos naturales no predominen los intereses de
grupos económicos que arrasan irracionalmente las fuentes de vida, en perjuicio
de naciones enteras y de la misma humanidad. Las generaciones que nos sucedan
tienen derecho a recibir un mundo habitable y no un planeta con aire
contaminado” (Aparecida, 471).
“La Iglesia agradece a todos los que se ocupan de la
defensa de la vida y del ambiente” (Aparecida 472).
“En todo este proceso tiene una enorme responsabilidad el
actual modelo económico que privilegia el desmedido afán por la riqueza, por
encima de las personas y los pueblos y del respeto racional de la naturaleza”
(Aparecida 473).
Por tanto hay que “alentar a nuestros campesinos a que se
organicen de tal manera que puedan lograr su justo reclamo” (Aparecida, 474 c).
Hablamos de
la tierra, de trabajo, de techo... hablamos de trabajar por la paz y cuidar la
naturaleza... Pero ¿por qué en vez de eso nos acostumbramos a ver cómo se
destruye el trabajo digno, se desahucia a tantas familias, se expulsa a los
campesinos, se hace la guerra y se abusa de la naturaleza? Porque en este
sistema se ha sacado al hombre, a la persona humana, del centro y se lo ha
reemplazado por otra cosa. Porque se rinde un culto idolátrico al dinero.
Porque se ha globalizado la indiferencia!, se ha globalizado la indiferencia: a
mí ¿qué me importa lo que les pasa a otros mientras yo defienda lo mío? Porque
el mundo se ha olvidado de Dios, que es Padre; se ha vuelto huérfano porque
dejó a Dios de lado.
El sistema tiene sus estrategias para anestesiarnos
frente a la injusticia y el dolor ajenos. Sobran “sacerdotes y levitas” y hacen
falta “samaritanos”.
Es necesario eliminar al ídolo dinero y desde la fe en el
Dios de la vida resituar en el centro a la persona y especialmente a la
necesitada. Francisco exhorta a acoger “una ética en favor del ser humano” (EG
58).
Algunos de
ustedes expresaron: Este sistema ya no se aguanta. Tenemos que cambiarlo,
tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar
se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos. Hay que
hacerlo con coraje, pero también con inteligencia. Con tenacidad, pero sin
fanatismo. Con pasión, pero sin violencia. Y entre todos, enfrentando los
conflictos sin quedar atrapados en ellos, buscando siempre resolver las
tensiones para alcanzar un plano superior de unidad, de paz y de justicia. Los
cristianos tenemos algo muy lindo, una guía de acción, un programa, podríamos
decir, revolucionario. Les recomiendo vivamente que lo lean, que lean las
bienaventuranzas que están en el capítulo 5 de San Mateo y 6 de San Lucas,
(cfr. Mt 5, 3 y Lc 6, 20) y que lean el pasaje de Mateo 25. Se los dije a los
jóvenes en Río de Janeiro, con esas dos cosas tiene el programa de acción.
“Hoy tenemos que decir ‘no a una economía de la exclusión
y la inequidad’. Esa economía mata” (EG 53). “Hay una profunda crisis
antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano!... Vivimos una
dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano”
(EG 55). Por lo cual es necesario “buscar un modelo de desarrollo alternativo,
integral y solidario, basado en una ética que incluya la responsabilidad por
una auténtica ecología natural y humana, que se fundamenta en el evangelio de
la justicia, la solidaridad y el destino universal de los bienes, y que supere
la lógica utilitarista e individualista, que no somete a criterios éticos los
poderes económicos y tecnológicos”. (Aparecida 474 c).
Sé que entre
ustedes hay personas de distintas religiones, oficios, ideas, culturas, países,
continentes. Hoy están practicando aquí la cultura del encuentro, tan distinta
a la xenofobia, la discriminación y la intolerancia que tantas veces vemos.
Entre los excluidos se da ese encuentro de culturas donde el conjunto no anula
la particularidad. Por eso a mí me gusta la imagen del poliedro, una figura
geométrica con muchas caras distintas. El poliedro refleja la confluencia de
todas las parcialidades que en él conservan la originalidad. Nada se disuelve,
nada se destruye, nada se domina, todo se integra, todo se integra. Hoy también
están buscando esa síntesis entre lo local y lo global. Sé que trabajan día
tras día en lo cercano, en lo concreto, en su territorio, su barrio, su lugar
de trabajo: los invito también a continuar buscando esa perspectiva más amplia,
que nuestros sueños vuelen alto y abarquen el todo.
Conmovedora esa invitación a volar alto, a compaginar lo
local y lo global, al encuentro de culturas donde el conjunto no anula la
particularidad, sino más bien se da un enriquecimiento mutuo. Es claro que, en
muchos aspectos, el de hoy, a pesar de la globalización, no es un mundo
monolítico, sino que se caracteriza por la diversidad, el pluralismo, que no
solamente hay que tolerar, sino aceptar con agrado, valorar y promover.
De ahí que
me parece importante esa propuesta que algunos me han compartido de que estos
movimientos, estas experiencias de solidaridad que crecen desde abajo, desde el
subsuelo del planeta, confluyan, estén más coordinadas, se vayan encontrando,
como lo han hecho ustedes en estos días. Atención, nunca es bueno encorsetar el
movimiento en estructuras rígidas, por eso dije encontrarse, mucho menos es
bueno intentar absorberlo, dirigirlo o dominarlo; movimientos libres tiene su
dinámica propia, pero sí, debemos intentar caminar juntos. Estamos en este
salón, que es el salón del Sínodo viejo, ahora hay uno nuevo, y sínodo quiere
decir precisamente "caminar juntos": que éste sea un símbolo del
proceso que ustedes han iniciado y que están llevando adelante.
Hay aquí una alusión a una de las ideas fuertes de
Francisco: el espíritu sinodal, caminar juntos. El caminar en grupo no te exime
de tu propio esfuerzo, sigue siendo una experiencia personal, pero no
individualista. Caminar con otros supone apertura, dar y recibir, hablar y
escuchar, proponer, acoger y buscar consensos. Con otros resulta más factible
la conquista de las metas.
Importante también subrayar que estas experiencias surgen
de grupos con poca estructura, lo que abre la puerta a la creatividad y a la
renovación. Grupos que pretenden subvertir la realidad desde abajo, desde la
pobreza, desde fuera de los límites del sistema.
Los
movimientos populares expresan la necesidad urgente de revitalizar nuestras
democracias, tantas veces secuestradas por innumerables factores. Es imposible
imaginar un futuro para la sociedad sin la participación protagónica de las
grandes mayorías y ese protagonismo excede los procedimientos lógicos de la
democracia formal. La perspectiva de un mundo de paz y justicia duraderas nos
reclama superar el asistencialismo paternalista, nos exige crear nuevas formas
de participación que incluya a los movimientos populares y anime las estructuras
de gobiernos locales, nacionales e internacionales con ese torrente de energía
moral que surge de la incorporación de los excluidos en la construcción del
destino común. Y esto con ánimo constructivo, sin resentimiento, con amor.
La democracia fue ganando espacios años atrás y
encontrando acogida esperanzada en el corazón de mucha gente. Últimamente,
debido a los múltiples casos de corrupción y a la subordinación de los Estados
y las leyes a los intereres del mercado (o sea, a los poderes económicos), es
mirada con ojos de sospecha. La realidad demanda una purificación que dé paso
de una democracia representativa a una participativa, donde las comunidades y
los pueblos tomen parte en las decisiones que les afectan directamente, sobre
todo si tienen que ver con sus modos de vida, para “permitir a todos los
pueblos llegar a ser por sí mismos artífices de su destino” (EG 190).
En este mundo de
excluidos y sobrantes es un deber moral prioritario velar por la integración
para que todos puedan disfrutar de una vida digna.
Yo los
acompaño de corazón en ese camino. Digamos juntos desde el corazón: Ninguna
familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin
derechos, ninguna persona sin la dignidad que da el trabajo. Queridos hermanas
y hermanos: sigan con su lucha, nos hacen bien a todos. Es como una bendición
de humanidad. Les dejo de recuerdo, de regalo y con mi bendición, unos rosarios
que fabricaron artesanos, cartoneros y trabajadores de la economía popular de
América Latina.
Iglesia caminante, compañera de camino, haciendo camino
al andar. Iglesia en salida, teniendo siempre en su mirada las periferias
geográficas y existenciales. Una Iglesia que asume el reto de quedar
“accidentada, herida y manchada por salir a la calle” (EG 49), pero que sólo
así será fiel a su misión.
¡Qué hermoso escuchar del Papa la invitación a seguir en
la lucha y que la presente como “una lección de humanidad”! Agradecimiento a
los luchadores, que con su ejemplo y conquistas “nos hacen bien a todos”.
Y en este
acompañamiento rezo por ustedes, rezo con ustedes y quiero pedirle a nuestro
Padre Dios que los acompañe y los bendiga, que los colme de su amor y los
acompañe en el camino dándoles abundantemente esa fuerza que nos mantiene en
pie: esa fuerza es la esperanza, la esperanza que no defrauda, gracias.
Dios siempre acompaña a su pueblo por los caminos de
libertad y vida. Siempre caminantes, siempre esperanzados.
“Siempre seremos caminantes,
pues sólo caminando podremos alcanzar
otra ciudad que no se acaba,
sin penas ni tristezas, ciudad de eternidad”.