martes, 17 de diciembre de 2013

CONSTRUYENDO (3) LADRILLEANDO


 Los distintos elementos de una construcción van relacionados entre sí. No son elementos aislados, sino interconectados.  Sobre los cimientos de una edificación van las columnas y las paredes. Ellas prolongan en el espacio la sostenibilidad de la construcción, la afianzan, le dan solidez.   Las paredes están hechas con ladrillos. Éstos realizan su función no en solitario, sino en conjunto. Van unidos, eso es lo que les hace compactos, lo que les fortalece. Pero la unión no les hace perder su propia individualidad. La mezcla los une, pero cada uno es cada uno. A algunos les toca en suerte ser partidos, siendo utilizados a trozos para remediar desajustes. 

Las paredes marcan los límites, dan seguridad, protegen la privacidad, señalan los diversos departamentos, que están conectados entre sí por puertas y pasillos, como partes de un todo. Sin puertas o ventanas, las paredes se volverían asfixiantes, encerrando a la persona en su aislamiento, privándola de luz, de aire renovado, del colorido de la vida.
Estos apuntes elementales tienen reflejo en nuestra vida. Nuestras distintas facetas también están interrelacionadas. Las afrontamos desde un ánimo común que se proyecta en lo que hacemos o vivimos. Además, una existencia en armonía cohesiona lo personal y lo comunitario. Efectivamente somos seres personales, pero no individuales; no somos clones; cada cual es único, irrepetible, con sus aciertos y desaciertos, más que mejores o peores podemos decir que somos  complementarios. Eso es una riqueza, que expresa que la vida es multicolor. Desde un clima de fe nos llena de alegría saber que Dios nos ama profundamente a cada uno en su singularidad.
Aunque nadie es imprescindible, todos somos necesarios en la construcción de este mundo. Nadie sirve para todo, pero todos servimos para algo. Todos aportamos y todos recibimos. Nadie es tan torpe que no tenga algo que enseñar y nadie tan listo que no tenga algo que aprender, o dicho en terminología más economicista, nadie es tan pobre que no tenga algo que aportar, ni nadie  tan rico que no tenga algo que recibir.  Urge edificar este mundo desde otras claves. No podemos construir paredes que se conviertan en muros que excluyen. No es ético un mundo donde el dinero no conoce fronteras, tiene plena libertad de  movimientos, pero las personas pobres se topan permanentemente con aduanas que les impiden el paso a un futuro digno. En su defensa surge con fuerza la voz del Papa Francisco animando a decir no a esta “cultura del descarte”. Ese sistema que tiene como centro el dinero mata. Urge construir un mundo donde en el centro estén el hombre y la mujer, tal y como Dios quiere.
Hablábamos también de la intimidad. Esta no se confunde con el aislamiento. La intimidad es el espacio donde habita lo profundo, los tesoros que cada cual posee, donde se saborea la vida, donde se cuecen las grandes decisiones, donde se da rienda suelta a los sentimientos, donde se vive con naturalidad y sinceridad. Ahí se encuentra la persona consigo misma, con lo que es. Pero es un espacio donde se hacen presentes los demás, especialmente aquellos que tienen más influencia en nosotros. Sin ellos no somos lo que somos. Por ellos somos capaces incluso de rompernos para darles vida.
Las paredes protegen lo nuestro, nos dan seguridad. Me vienen a la cabeza un par de reflexiones. Una es de la Doctrina Social de la Iglesia, que defiende la propiedad privada, pero dándole un fuerte acento social, pues por encima de ella está el derecho universal al uso de los bienes. La otra reflexión es de Francisco, el Papa. sobre la seguridad. Dice en el n° 50 de “La Alegría del Evangelio”: “Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Cuando la sociedad –local, nacional o mundial– abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz”.

Necesitamos una casa común donde todos podamos vivir sin tener que tirarnos los ladrillos a la cabeza.

                                                                                              Antonio Sáenz Blanco

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