Los distintos elementos de
una construcción van relacionados entre sí. No son elementos aislados, sino
interconectados. Sobre los cimientos de
una edificación van las columnas y las paredes. Ellas prolongan en el espacio
la sostenibilidad de la construcción, la afianzan, le dan solidez. Las paredes están hechas con ladrillos. Éstos
realizan su función no en solitario, sino en conjunto. Van unidos, eso es lo
que les hace compactos, lo que les fortalece. Pero la unión no les hace perder
su propia individualidad. La mezcla los une, pero cada uno es cada uno. A
algunos les toca en suerte ser partidos, siendo utilizados a trozos para
remediar desajustes.
Las paredes marcan los
límites, dan seguridad, protegen la privacidad, señalan los diversos
departamentos, que están conectados entre sí por puertas y pasillos, como
partes de un todo. Sin puertas o ventanas, las paredes se volverían
asfixiantes, encerrando a la persona en su aislamiento, privándola de luz, de
aire renovado, del colorido de la vida.
Estos apuntes elementales
tienen reflejo en nuestra vida. Nuestras distintas facetas también están
interrelacionadas. Las afrontamos desde un ánimo común que se proyecta en lo
que hacemos o vivimos. Además, una existencia en armonía cohesiona lo personal
y lo comunitario. Efectivamente somos seres personales, pero no individuales; no
somos clones; cada cual es único, irrepetible, con sus aciertos y desaciertos,
más que mejores o peores podemos decir que somos complementarios. Eso es una riqueza, que
expresa que la vida es multicolor. Desde un clima de fe nos llena de alegría
saber que Dios nos ama profundamente a cada uno en su singularidad.
Aunque nadie es
imprescindible, todos somos necesarios en la construcción de este mundo. Nadie
sirve para todo, pero todos servimos para algo. Todos aportamos y todos
recibimos. Nadie es tan torpe que no tenga algo que enseñar y nadie tan listo
que no tenga algo que aprender, o dicho en terminología más economicista, nadie
es tan pobre que no tenga algo que aportar, ni nadie tan rico que no tenga algo que recibir. Urge edificar este mundo desde otras claves.
No podemos construir paredes que se conviertan en muros que excluyen. No es
ético un mundo donde el dinero no conoce fronteras, tiene plena libertad
de movimientos, pero las personas pobres
se topan permanentemente con aduanas que les impiden el paso a un futuro digno.
En su defensa surge con fuerza la voz del Papa Francisco animando a decir no a
esta “cultura del descarte”. Ese sistema que tiene como centro el dinero mata.
Urge construir un mundo donde en el centro estén el hombre y la mujer, tal y
como Dios quiere.
Hablábamos también de la
intimidad. Esta no se confunde con el aislamiento. La intimidad es el espacio
donde habita lo profundo, los tesoros que cada cual posee, donde se saborea la
vida, donde se cuecen las grandes decisiones, donde se da rienda suelta a los
sentimientos, donde se vive con naturalidad y sinceridad. Ahí se encuentra la
persona consigo misma, con lo que es. Pero es un espacio donde se hacen
presentes los demás, especialmente aquellos que tienen más influencia en
nosotros. Sin ellos no somos lo que somos. Por ellos somos capaces incluso de
rompernos para darles vida.
Las paredes
protegen lo nuestro, nos dan seguridad. Me vienen a la cabeza un par de
reflexiones. Una es de la Doctrina Social de la Iglesia, que defiende la
propiedad privada, pero dándole un fuerte acento social, pues por encima de
ella está el derecho universal al uso de los bienes. La otra reflexión es de
Francisco, el Papa. sobre la seguridad. Dice en el n° 50 de “La Alegría del
Evangelio”: “Hoy en muchas partes se reclama mayor
seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de
una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la
violencia. Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero,
sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra
encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión.
Cuando la sociedad –local, nacional o mundial– abandona en la periferia una
parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia
que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Esto no sucede solamente
porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema,
sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz”.
Necesitamos una casa común donde todos podamos
vivir sin tener que tirarnos los ladrillos a la cabeza.
Antonio
Sáenz Blanco
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