miércoles, 4 de diciembre de 2013

CONSTRUYENDO (2). CIMENTANDO


        En la mirada a la construcción de un edificio, ponemos hoy nuestros ojos donde nunca se fijan  cuando está terminado: en los cimientos. Sabemos que por ahí se empieza. Una buena cimentación no es sólo lo primero en cuanto al orden temporal, sino también en lo que a importancia se refiere. Hablamos de lo básico (por aquello de que está en la base), que es al mismo tiempo lo fundamental.

Obrero cavando para el cimiento.
     Efectivamente, todos somos conscientes de que es el elemento crucial. Hablar de cimiento es hacerlo de lo que no se ve, de lo que está debajo, sosteniendo, manteniendo en pie, dando consistencia, fortaleciendo. Para construirlo hay que escarbar, ahondar en la tierra, dar profundidad. Las zapatas y  las calles que las unen reciben una mezcla de  piedras y cemento que, junto a los fierros, les dan  la solidez precisa.  

     Que sepamos Jesús no estudió arquitectura. Sobre su aprendizaje académico, los evangelios sólo nos dicen que una vez escribió en el suelo. Ahora bien, por ellos sí sabemos que Jesús debió ser un gran observador, por lo cual hablaba con conocimiento de las cosas de la vida. Sus parábolas están repletas de imágenes sacadas de lo ordinario: siembra, pesca, ovejas, levadura, harina, trigo, cizaña,… También observaba cómo se construían las casas, notando y avisando que no siempre se hacían correctamente, lo que suponía un peligro, pues, tarde o temprano, harían su aparición los vientos y tempestades. Si la casa había sido construida sobre arena, el derrumbe estaba asegurado y, por el contrario,  se mantendría en pie si el cimiento estaba sobre roca (Mt 7, 24-27). El interés de Jesús no era por las casas, sino por las personas, que eran su auténtica preocupación.

    Cimentar la vida es algo que hay que hacer desde el principio. En los inicios otros lo hacen por nosotros. Ahí entran en juego padres, familiares, profesores. Ellos nos ayudan a poner las bases sobre las que ir levantando nuestra existencia, transmitiéndonos valores comúnmente aceptados: honradez, bondad, justicia, solidaridad, laboriosidad, participación, respeto… Sobre esto se edifica no sólo nuestra vida personal, sino también comunitaria.  Llegados a este punto me parece muy importante recalcar el papel fundamental que tienen padres y educadores. Ellos, junto a los catequistas, colaboradores de los padres en la transmisión de la fe, no deben olvidar que en la educación tiene una gran relevancia el testimonio. Por ello, les guste o no, sean conscientes o no lo sean, ellos son espejos donde los hijos y alumnos se miran, por lo que deben ser los primeros en reflejar en sus vidas los valores que pretenden transmitir. El llamado a ser coherentes debe ser una constante en sus oídos.

Cimientos
Lógicamente, en la medida que vamos creciendo vamos tomando cada uno nuestra batuta, porque la cimentación de la vida nunca es algo totalmente terminado, sino que es tarea abierta.  En orden a una buena cimentación tanto humana como de fe (dos realidades interconectadas en el creyente) encontramos ayuda en la lectura, la observación, la reflexión, el análisis de lo que ocurre, llegando a las causas y consecuencias, el espíritu inconformista, los deseos de superación, la apertura a lo nuevo, el trabajo organizado y constante, la apertura al otro y al Otro, a ese Dios hacedor que siempre comparte vida con nosotros y que nos ofrece a Jesús como el valor seguro sobre el que cimentar la existencia.

                                                                                              Antonio Sáenz Blanco

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