sábado, 4 de julio de 2015

Jesús Maestro.


Felicidades a los maestros a las puertas de su día. Mi reconocimiento a su labor. Estoy seguro que todos recordamos con gratitud y alegría al menos a algún maestro de los que hemos tenido y que, sin duda, han tenido una influencia grande en nuestro desarrollo como personas.

Considero que su labor es complicada al mismo tiempo que ilusionante. Aunque no se les valore tanto como un gol de Paolo Guerrero, vale la pena ser educadores. Ojalá lo sean por vocación. Les agradecemos porque con su trabajo, ustedes están colaborando en la construcción de un Perú mejor, pues no cabe duda de que la educación es la gran arma de la transformación social.



Jesús Maestro. Inmediatamente surge la pregunta. ¿Jesús Maestro? Los evangelios no dicen si Jesús compró el título de Maestro en Lima, concretamente en Azángaro, ni si estudió en algunas de las muchas universidades privadas de poca monta que se extienden por la costa, sierra y selva del Perú, Celendín incluído. Pero sí nos dicen que uno de los calificativos dirigidos a Jesús fue el de maestro. Así lo reconoce él mismo: “Ustedes me llaman el Maestro… y dicen bien porque lo soy”. Le llaman maestro y él no lo rechaza, sino que le pone buena nota a los que lo llaman así; acepta el título.

Como todo maestro, esté metido o no a la carrera magisterial, sea miembro del Sutep en cualquiera de sus facciones o no,… tuvo que pasar por un periodo de aprendizaje primero y por etapas de formación permanente después. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos que hemos hecho por buscar información bien documentada, no sabemos casi nada de su formación académica; ni siquiera podemos afirmar que fuera a la escuela. Lo único que hemos podido constatar es que una vez estaba escribiendo… en el suelo, se supone que con el dedo, pues plumones de suelo no sabemos que existan ni siquiera hoy ¡cuánto menos en su tiempo!

Por supuesto que nada de estudios superiores. El sueldo de José no daba para eso. Y a María le pagaban una miseria por los trabajos que hacía en casa ajena.

A pesar de esos inconvenientes, sí aprendió ¡y no poco! Aprendía de la vida. Fue un gran observador. Esto es importante. Alguien (no sé quién) dijo una vez (no sé cuándo) en algún lugar (no sé donde) que “la curiosidad es el principio de la sabiduría”. Pues parece que Jesús era una persona curiosa. Así aprendió.

Miraba a la naturaleza. Y la admiraba. Se fijaba en los pajarillos que, ¡vivazos ellos!, se alimentan sin sembrar y en los lirios que, sin saber tejer,  son una belleza sin par. Se maravillaba con la siembra y la siega.

Miraba al trabajo y a los trabajadores. Aprendía de los pescadores, sembradores, panaderos, de la mujer que barría su casa para buscar una monedita que había perdido el borracho de su esposo, del pastor que tenía 28 ovejas bien guardaditas (no todos los rebaños son de 100) y tuvo que ir a buscar a la que se fue de parranda una noche de tormenta atroz.

Aprendía de las costumbres de su pueblo. Y es que la vida siempre es un libro abierto. De la vida aprendía y desde la vida enseñaba. Deducimos que la educación hay que encarnarla en el aquí y ahora. Las currículas no pueden estar por las nubes, porque corren el riesgo de convertirse en papel mojado, nunca mejor dicho.

Aprendía sobre todo del sufrimiento de las personas. Su sensibilidad le llevaba a estar cerca de ellas, pues el maestro tiene que estar ahí, en los momentos difíciles del alumno y su familia, incluso cuando parece que hasta Dios está ausente y hay que gritarle “¿por qué me has abandonado?”

Nos fijamos ahora en su forma de proceder.

Como en su tiempo aún no se había inventado la palabra competitividad (sería difícil decirlo en arameo), optó por una enseñanza colectiva. Para eso formó grupo. Podemos decir que favoreció la enseñanza inclusiva. Formó un grupo plural, donde estaban presentes, entre otros,  Pedro, que tenía afición por los gallos de pelea y que a veces lo hacían llorar, Judas, con su doble vida, varias Marías, aunque con apellidos diferentes, Juan, adolescente de los más espabilados de la clase, una samaritana que había tenido maridos cantidad, pero que seguía buscando cariño del auténtico. Cada uno era como era, pero él les animó a buscar la unidad desde las diferencias. Aunque lógicamente ellos no habían leído lo que 2000 años después diría Francisco, estaban de acuerdo en que “la unidad está por encima del conflicto”.

Respecto al grupo adoptó una pedagogía de acompañamiento. Acompañamiento. El ser profesor no viene limitado por unos horarios marcados  por el ruido atroz de un timbre siniestro. Es maestro, y por tanto, referencia para sus alumnos y la comunidad las 24 horas de cada día. Por si todavía queda alguno, hay que pasar de profesor de miércoles (con perdón) a maestro de siete días cada semana del año.

Desde esa actitud de acompañamiento, interrogaba y ayudaba a buscar soluciones, rechazando salidas fáciles. Qué cara se le quedaría al que le dijo “denles ustedes de comer” cuando éste contó sólo 5 panes y dos peces mientras otros contaron más de diez mil extremidades sólo masculinas a las que había que alimentar. Es posible que ese día se inventaran las ollas comunes.

En ese mismo episodio, nos enseña el valor de la organización y del esfuerzo comunitario. Cuenta con los alumnos para organizar a la gente en grupos, repartir lo que hay y recoger las sobras, pues además de no haber camión recolector de basura, tampoco estaban ni están los tiempos para desperdiciar ni pan ni pescado.  El maestro ha de conocer las potencialidades de cada uno y ponerlas al servicio de la colectividad.

En su manera de enseñar se adapta a la capacidad de los interlocutores. Con un magistrado habla en profundidad sobre la necesidad de nacer de nuevo, a su grupo les habla en privado explicándoles lo que no acaban de entender, con las masas utiliza un lenguaje sencillo sacado de experiencias vitales. Era un gran cuentacuentos, de los que sacaba enseñanzas fácilmente entendibles.

No sabemos si la aprendió del tatarabuelo de su tatarabuelo, el santo Job, que siempre andaba jodido con las enfermedades, a pesar de estar ingresado en el seguro un día sí y otro también, (hay cosas que no cambian) pero lo cierto y verdad es que el maestro Jesús tenía paciencia. Sabía que trigo y cizaña nacen juntos, crecen juntos y mueren juntos. Esto no pasa solo en los alumnos; también en el maestro. Así que, queridos profes, paciencia, que los procesos son siempre lentos, pero son fecundos cuando hay una buena planificación y un trabajo continuado.

Valora los pequeños gestos, que, de esa manera, se convierten en grandes. Descubre el esfuerzo y la entrega de una pobre viuda que al dar una pequeña cantidad de plata ha entregado todo lo que tenía. Esa valoración hace subir como la espuma la autoestima del alumno y lo predispone para seguir creciendo.

Dice algún evangelista que en una ocasión en que los padres de familia tenían reunión de la APAFA,  algunos de sus niños molestaban al maestro Jesús, que era el director  de la escuela de Nazaret, y los otros profesores reñían a los niños. Siempre hay profesores muy pendientes de hacerle la vida agradable al director, aunque sea para recibir de él favores cuando los necesiten. Bueno, pues Jesús puso a un niño travieso en el medio y les dijo a todos algo que ahora no nos interesa. Lo que nos interesa es que puso al niño en el centro. El alumno es el importante. El profesor vive para el alumno, no para su sueldo, aunque éste también sea importante. Esta enseñanza la completó con un gesto que desconcertó a los futuros profesores, especialmente al profe Pedro. El maestro Jesús les lavó los pies. Les dio una lección de servicio, colocándose abajo, a sus pies. Sabemos o deberíamos saber que no se ve la vida igual desde abajo que desde arriba. El maestro debe saber situarse en la óptica del alumno, aunque sea como punto de partida.

 Hemos hecho referencia a las riñas.  Buscando mejorar la vida, aunque normalmente su lenguaje era propositivo, a veces se pone exigente y dice a los perezosos y a los calaveras “levántate”. Y ante los hipócritas y farsantes que desfiguran el valor de las cosas, tiene cólera y les amenaza correa en mano. No sabemos si a alguno le llegó a calentar el trasero, pero por lo menos algunas palomas se llevaron un susto de muerte. Se ignora si el espíritu santo era una de ellas.

Pero esto eran comportamientos momentáneos. Su actitud característica era la cercanía afectiva. Los alumnos necesitan cariño y atención antes que números y letras. Esto le llevaba a dar respuesta a necesidades concretas. Ayuda a ver, a ponerse en pie, tiende la mano,… No, no crean que lo daba todo hecho. En ocasiones, incluso en situaciones difíciles, hace como que está dormido, para ver cómo reaccionan sus alumnos por sí mismos y qué valores surgen en ellos.  Despertar la creatividad, educar en valores y confiar en sus alumnos deben caracterizar al buen maestro.

 Ponemos el broche final, que el tiempo es oro, algo valioso, pero no tanto como el agua. Jesús es un maestro del que se decía que enseñaba con autoridad y no como otros. La autoridad era fruto de la coherencia. Sabía en cada momento lo que tenía que decir y hacer. No exigía a sus alumnos lo que él no practicaba. Daba ejemplo con su ejemplo. Ya sabemos que las palabras se las lleva el viento, pero los ejemplos arrastran.

Maestros, maestras, ánimo en su encomiable labor. Sean luz para sus alumnos, caminen con ellos, respetando ritmos, infúndanles ánimo en sus vidas, impúlsenles en la búsqueda de la verdad y el bien, enséñenles con su ejemplo a ser personas honestas, responsables, trabajadores, serviciales, constructores de una sociedad nueva.

Gracias profes. Felicidades. 

 

                                                                                                                                      Antonio Sáenz

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