sábado, 21 de marzo de 2015

VOLANDO ALTO


Era domingo. 15 de Marzo. Me había tocado presidir la misa de las 7 de la mañana y también me esperaba la de 11. En principio era un domingo cualquiera. Poco después de terminar de desayunar, Franklin, secretario de la parroquia, me dice que una señora solicita ir a dar la unción de enfermos a un niño. “¿A un niño?” pregunté extrañado. “Sí, eso dice” fue la respuesta indeseada. Al salir me encuentro con una señora, Inés, que me dice que es para su nietito. Por el camino hacia la casa me manifiesta que el niño tiene 9 años y lleva unos días en Celendín, a donde ha regresado desde Lima desahuciado por los médicos tras cuatro años padeciendo leucemia.

Caigo en la cuenta de que, si no me falla la memoria, es el primer niño al que le voy a administrar la unción de enfermos. Al entrar en la habitación me encuentro a la madre y otros familiares rodeando a un niño que tenía los ojos fuertemente enrojecidos de sangre y la boca ennegrecida de sangre coagulada. No había que ser muy experto para tomar conciencia de su extrema gravedad. Oramos, le administramos la unción y quedé en volver. Lo hice el martes. El cuadro era más trágico. Echada sobre la cama estaba Milagritos, con la cabeza apoyada en una almohada contra la pared. Sobre su cuerpo tenía abrazado a André, su hijo, que estaba muy inquieto, sin parar de moverse ni un instante. En el ambiente se palpaba el dolor contenido y el deseo de que el final, que se preveía inminente, llegase cuanto antes. El silencio sólo era roto por los estertores del niño y las palabras de ánimo que su mamá le susurraba, esforzándose por lograr algún pequeño intercambio de palabras con él. Al cabo de media hora me pidieron que orásemos, en común claro, porque particularmente creo que todos lo estábamos haciendo. Leímos el texto evangélico donde Jesús acoge y bendice a los niños y pusimos en común que hay realidades que nos sobrepasan y que nos cuestan entender. Completamos con unas peticiones y el Padrenuestro. De nuevo el silencio y la angustia.

Unos minutos más y la mamá se acerca de nuevo a la cama, y arrodillada, con su pelo rapadito para solidarizarse incluso en su porte externo con su hijo, cogiendo con su mano la de éste y con la otra abrazándolo, empieza a dar rienda suelta a su corazón de madre, angustiado por la intensidad de lo que está viviendo, pero con deseos de transmitir ánimo al hilito de vida del que pendía su hijito. No necesité ninguna grabadora para fijar sus palabras. Estas y los gestos que las acompañaban se iban grabando a fuego en el corazón de los presentes. Dudo que el paso del tiempo consiga borrarlas. Pongan música de ternura de madre y muchas dosis de cariño. Lean despacio y dejen aflorar sus sentimientos.
 

                        “André, estáte ya tranquilo. Te amo.

                        Eres un guerrero, un luchador,

                        pero no luches ya más. Descansa.

                        Abandona ya este cuerpo.

                       

Tú has vencido a la enfermedad,

sí, le has ganado al cáncer, André.

 

Hay cosas que no entendemos,

nos ha dicho el padrecito;

pero no le voy a preguntar a Dios por qué,

ni voy a renegar de Él. Tú tampoco, hijito.

Mi fe se va a hacer ahora más fuerte.

 

Diosito te lleva porque te quiere,

tú eres su tesoro y por eso te lleva.

Vas a ser su angelito,

vete ya con Él, no te resistas.

No tengas miedo, hijito.

Vas al cielo, es bonito.

 

Pero no te vas a ir así no más. No.

Tienes que cuidar de mí.

Vamos a estar juntos siempre, toda la eternidad.

Siempre te vamos a tener presente.

 

Pídele a Diosito por tus amiguitos del hospital de Lima,

por todos los niños que tienen cáncer.

Perdónanos, André.

 

Diosito, que deje de sufrir,

llévatelo ya”.

Media hora después el deseo se hizo realidad y André se fue.

Su entierro ha sido el viernes 20, con su hermanita Kriss Jhoselyn, de 5 años, presidiendo la procesión de flores     y su joven madre poniéndose hasta última hora bajo el féretro de su hijo, sosteniéndolo como lo ha hecho durante estos cuatro años en su incurable enfermedad.



En la homilía hemos hecho públicas algunas de las palabras de la madre anteriormente expresadas. Y desde ellas hemos reflexionado sobre nuestra condición de seres caducos, sometidos a riesgos, entre ellos la enfermedad, que siempre provoca dolor y éste, a veces, se pasa de decibelios y se presenta de modo cruel, inhumano. Pero no hay que resignarse, sino aprender a vivir con él, asumiéndolo y enfrentándolo. También Jesús sufrió y murió, pero la resurrección marca el triunfo definitivo. La muerte no es el final del camino. Gana batallas, pero la guerra la gana la vida.

No sólo hay que afrontar el sufrimiento, sino también saber acompañar al que sufre, para que no tenga que enfrentar además la soledad, sino que experimente el cuidado de los profesionales de la salud y el cariño de los suyos. ¡Qué hermosos ejemplos se ven en los hospitales de gentes que están junto a sus seres queridos soportando en silencio su dolor, ocultando sus lágrimas y animándoles para avivar su esperanza! Esperanza que es fruto de la fe en el Dios de la vida y la resurrección, en el Dios que desea un cielo nuevo y una tierra nueva, donde brille la alegría y no haya espacio para el llanto, el luto y el dolor. Este sueño ya está en marcha; por eso, como dice Francisco, el Papa: “¡No nos dejemos robar la esperanza!”. Que nada ni nadie nos prive de ella.

En el cementerio, en su último adiós, Milagritos, manteniendo una entereza envidiable, ha dado gracias a personas, familias y al pueblo en general. Y ha terminado revelando que André siempre quiso ser aviador para irse a la guerra, pero ha pasado a ser un ángel de Dios. Estoy convencido de que, con la fuerza recibida de su madre, será un ángel de altos vuelos.


                                                                                                Antonio Sáenz Blanco


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