El comienzo del año
coincide en la comunidad de Celendín con el inicio de las celebraciones en
honor al Niño Dios de Pumarume. Una parte de ellas tiene lugar en el tiempo de
Navidad, cuando la Iglesia pone sus ojos en el Enmanuel, el Dios con nosotros,
que se ha manifestado como “niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”
(Lc. 2,12). Su presencia la expresamos
en la imagen del Niño Dios de Pumarume. Como a veces corremos el riesgo de
quedarnos en la imagen, considero necesario que demos el paso de la imagen al
original, es decir, a Jesús. Eso mismo hay que hacer con los Cristos y las
Vírgenes. Pasar del Señor de los Milagros, del de Ayavaca, del Nazareno, a del
de la Divina Misericordia y el del Santo Sepulcro a Jesús de Nazaret; y
de la Virgen del Carmen, de Candelaria, de Fátima, de Guadalupe, del Rosario,
de Lourdes,… a María, la joven nazarena, madre de Jesús.
Centrándonos en el Niño de
Pumarume, es un dato real su capacidad de atracción. Mucha gente se convoca
alrededor de él, incluyendo bastantes que no asisten habitualmente a las
celebraciones litúrgicas que tienen lugar en el templo de la Virgen del Carmen.
Muy probablemente son diferentes las razones que tienen las personas para
acercarse al Niño: tradición, costumbre, lograr algún favor, búsqueda de algún
“milagro”, agradecimiento, cumplimiento, fervor religioso, fe, y… hasta el
cafecito. En ocasiones hay razones más paganas, pues es indudable que el Niño
mueve plata y eso beneficia el bolsillo de los vendedores de velas, estampas,
cuadros y demás objetos religiosos; incluso de los vendedores de productos no
tan ligados a lo religioso como pueden ser comidas, cervezas, castillos, negocio
de taxis… O sea, que hasta se puede no ser creyente, pero “la fiesta del Niño
me viene bien”. Eso se llama manipulación, que no es sino utilizar algo en
beneficio propio, quitándole su sentido originario. Esa tentación de pretender
manipular a Dios es tan vieja como la vida de las personas. En algunos casos
esto es bien palpable. A los manipuladores les interesa quedarse en la imagen;
el original les trae sin cuidado. A la imagen se la puede manipular, pero el
original no se deja. Por eso, la fe exige llegar a su objeto final, que no es
una imagen, sino una persona. Si actuamos de buena fe, si realmente somos
cristianos, tenemos que avanzar, tomando conciencia de que el Niño Dios de
Pumarume no es otro que Jesús, del que, como cristianos, somos seguidores.
Todos estos días de culto han sido una oportunidad de acercarnos a Él,
conocerle mejor, abrirle las puertas de
nuestra vida y asumir su estilo. Mayordomos, novenantes y pueblo en
general, hemos participado con interés, renovando oraciones, creando un
ambiente de celebración participada, poniendo atención y acogiendo el mensaje
proveniente de la Palabra de Dios y del Papa Francisco, ya que hemos compartido
las enseñanzas recogidas en su exhortación “La Alegría del Evangelio”. Esto nos
va sensibilizando con el rumbo y el estilo que él desea para la Iglesia en la
realidad actual: Una Iglesia pobre y para los pobres, alegre y esperanzada, que
no se centre en sí misma, sino que esté en actitud de salida, que vaya al
encuentro de las personas, especialmente de los más débiles, que cure heridas
siendo misericordiosa, que denuncie y rechace este sistema económico
globalizado que nos lleva a la tragedia y mata. Nos alegran estas orientaciones
del Papa y nos comprometen para hacerlas realidad.
Que la fe en Jesús, el Niño Dios de Pumarume, nos lleve a
vivir como Él.
Antonio
Sáenz Blanco