El pasado domingo, con toda la Iglesia, hemos celebrado la
fiesta de Pentecostés bajo el lema “Aliento
de vida”.
Como familia eclesial, varios cientos de personas, con
presencia especial de niños, jóvenes y adultos pertenecientes a los grupos
parroquiales, nos hemos convocado en el Templo de la Inmaculada alrededor del
Fuego, la Palabra y el Altar, celebrando la vida y la esperanza que se
fundamentan en Cristo resucitado.
Hemos celebrado que el Espíritu es Señor y dador de vida, que
con su fuerza transformadora se van produciendo cambios favorables en la
familia, la educación, la sanidad, las relaciones vecinales, la política y la
propia parroquia.
Hemos dado gracias por:
·
El
Espíritu que aleteaba sobre las aguas, cambiando el caos, el desorden, en vida
al servicio de las personas.
·
El
Espíritu que, a través de Moisés, infundió deseos de libertad en el pueblo
hebreo oprimido.
·
El
Espíritu que, por medio de los profetas, fue purificando el culto, denunciando
abusos y alentando horizontes utópicos.
·
El
Espíritu que hizo posible la encarnación de Jesús en el seno de María, al
mostrarse ésta acogedora de los planes de Dios.
·
El
Espíritu que, estando sobre Jesús, le envió a dar vista a los ciegos, libertad
a los cautivos y buenas noticias a los pobres.
·
El
Espíritu que, en medio del desánimo y la desilusión, llenó de esperanza,
alegría y compromiso evangélico la vida de los primeros cristianos.
·
El
Espíritu que siempre acompaña a la Iglesia en su peregrinaje por el mundo.
·
El
Espíritu que nos habita, nos ofrece sus dones y nos anima a vivir como Jesús,
promoviendo vida de calidad y esperanza ilusionante.
·
El
Espíritu que, de la mano de Francisco, nos lleva a vivir la alegría del
Evangelio, privilegiando a los más pobres en nuestros pensamientos,
comportamientos y modos de enfocar la realidad.
·
El
Espíritu que acompaña a personas que, aunque no se sienten parte de la Iglesia,
sin embargo se afanan por la defensa del Medio Ambiente, por un desarrollo
sostenible, por lograr condiciones laborales humanas, en definitiva, por hacer
realidad un mundo donde brillen la justicia, la libertad y la paz.
En estos días agradecemos especialmente a Dios por la vida
del obispo Oscar Romero, recientemente beatificado, aunque el pueblo
salvadoreño ya lo había hecho con anticipación, que murió martirizado por ser
fiel al Espíritu que le impulsaba a defender a los más pobres de sus paisanos
frente a un Estado opresor.
Que dejándonos guiar de sus impulsos seamos también nosotros “aliento de
vida” para nuestro pueblo.
Antonio
Sáenz Blanco