Estos últimos días la Palabra de Dios nos
iluminaba sobre el tema de la plata. Entre otras, algún evangelista aplica a
Jesús esta sentencia contundente: “O Dios o el dinero”. Aunque las personas, y
parece que hasta la propia Iglesia, nos hemos esforzado por compatibilizar a
ambos, Jesús los coloca en clave disyuntiva. Hay que optar por uno u otro.
Jesús dijo lo que dijo porque conoce el
corazón humano y sabe lo tentadora que es la codicia, que desvirtúa los valores
y trastoca seriamente la mente y el comportamiento de las personas hasta el
punto de hacerlas caer en la idolatría.
Desde el seguimiento de Jesús, también el Papa
Francisco habla claro sobre este tema. Recogemos algunas de sus afirmaciones:
“No a una economía de la exclusión y la iniquidad.
Esa economía mata”.
“No
puede ser que no sea noticia que muera de frío un anciano en situación de la
calle y que sí lo sea la caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No
se puede tolerar que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es
iniquidad”.
Vivimos “en la dictadura de una economía sin
rostro y sin un objetivo verdaderamente humano”. Como consecuencia, “mientras
las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se
quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz”.
“La cultura del bienestar nos anestesia, y
perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado,
mientras todas esa vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un
espectáculo que de ninguna manera nos altera”.
“Nos
estamos volviendo incapaces de compadecernos de los clamores de los otros, ya
no lloramos ante el drama de los demás”.
Estas enseñanzas se ven reflejadas en nuestra
realidad peruana. Hace aún pocos días el sueldo de los ministros tuvo una subida del 100%. Como con
15.000 soles no les llegaba a fin de mes se decidió una pequeñita subida hasta
llegar a 30.000. No hicieron falta debates, ni hubo protestas del Ministro de
Economía o la Patronal. Prácticamente coincidiendo en el tiempo surge la
cuestión de revisar el salario mínimo, el más bajo de la región, anclado en 750
soles. Parece algo razonable, pues, si como se dice, el Perú tiene un
crecimiento económico sostenido, deben beneficiarse todos, especialmente los
más pobres. Ni hablar de eso. Cae un premier, se cambian varios ministros, se
comienza a decir que la subida perjudicaría a la pequeña y mediana empresa, que
favorecería la informalidad. Y digo yo, ¿es descabellado pensar que un mejor
sueldo anima a invertir, a gastar más, lo que sin duda genera mayores ingresos
para la empresa? Es que a nadie le he oído este razonamiento que me parece
elemental. Claro que no faltará el que diga que eso provoca inflación.
Tengo que reconocer que no entiendo mucho de
economía, pero sí noto que no se miden con el mismo rasero ni se valoran
igualmente los beneficios cuando son para los ricos que cuando son para los
pobres.
Antonio Sáenz Blanco